3 de abril de 2012

EXCESO DE RACIONALIZACIÓN

 Solo alcanzaremos la felicidad en ausencia de la razón, aunque sea lo que nos haga ser conscientes de ella. Esta peculiar cualidad que nos diferencia del resto de seres vivos es nuestra arma de doble filo. Por una parte nos permite ser conscientes de lo que nos rodea y de nosotros mismos, nos permite analizar, nombrar, unir, descartar, concluir y barajar las opciones. Nos permite anticiparnos, estar preparados. Pero precisamente esa anticipación, esa preparación es la que nos priva de lo más bonito, de lo que más nos enseña, de lo que añoramos de la infancia; esto es, de la sorpresa, de la espontaneidad. ¿Quién pude decir que se haya visto realmente sorprendido después de la infancia, después de haber pasado esa etapa de formación de nuestro propio conocimiento del mundo que nos rodea? En las más tiernas edades nuestro raciocinio está aprendiendo cómo relacionarse con la experiencia, con lo que recibimos por medio de los sentidos; así cada cosa nueva nos sorprende y el poco tiempo que llevamos en el mundo hace que la mayor parte de lo que percibimos sea novedad.
 Es así que al acumular experiencia nuestra razón se acomoda, recurre siempre a esos mismos caminos que parece que nos han funcionado otras veces. En nosotros y en esta controvertida cualidad que la naturaleza nos ha dado como medio de supervivencia está darnos cuenta de todas las cosas nuevas que nos rodean. Somos nosotros los que tendremos que decidir ver el mundo con otros ojos y estar abiertos a otras formas de recibir lo que cada uno de nuestros pasitos en esta vida nos da. Permitamos que nuestra risa y nuestro llanto, nuestros abrazos, nuestros gritos, y, en fin, nuestros sentimientos inmediatos sean espontáneos; dejémosle la razón al lenguaje, que se comprenden mutuamente mucho mejor. 
 Aprovechemos nuestra arma entonces, convirtámosla en nuestra herramienta. Utilicémosla para saber cuando usarla y cuando delegar a lo intuitivo. Así tendremos muchos momentos de felicidad, aunque no seamos conscientes de ellos, porque la felicidad es un sentimiento, no un pensamiento.

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