12 de febrero de 2012

TOMAR LA DECISIÓN DE DECIDIR

Y ahí estaba yo, mirando a mis amigos desde el otro lado del puente. Iba a cruzar y unirme a ellos, pero mis pies estaban como pegados al suelo.  La eterna batalla, razón y sentimientos.

Mi cabeza sabía que tenía que cruzar y dejar ese lugar para siempre, pero mi corazón no era capaz de abandonar sin más ese sitio que en un escueto fin de semana me había aportado tanto. Tres días habíamos pasado allí. Los tres mejores días de mi vida. Tantas emociones, tantas cosas vividas, tantos conocimientos nuevos… y esa luz, que se reflejaba en las paredes de las casas y hacía que pareciera desarrollarse todo en un cuento.

Y lo era, porque la realidad era que el mundo exterior- tan distinto- me esperaba, no podía, no debía quedarme en ese lugar. Precisamente su encanto radicaba en que solo había durado tres días y jamás volveríamos allí. Una más de las muchas contradicciones que tiene esta vida; ya lo decían mis profesores, lo bueno, si breve, dos veces bueno.

En ese momento lo único que quería era despojarme de esa cualidad humana llamada razón, que me hacía plantearme las cosas.

Pero finalmente lo hice, comencé a caminar sobre el alto puente que cruzaban cientos de coches al día. Cuando iba a mitad de camino, sin saber si había sido la decisión correcta, pero con la seguridad de que al menos era mi decisión; el puente comenzó a crujir. Las vigas estaban cediendo, el puente se desplomaba, y a mi no me daba tiempo a llegar a tierra firme.

Así, junto a las piedras, caí hacia el vacío.

Y en esa caída comprendí, todo por culpa de tomar la decisión de decidir.